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EL ARTE DE DAR. I PARTE

Por: Esequiel Guerrero Marte
Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes”. Lucas 6:38. (NVI).

En mi país, República Dominicana, andan en las calles vendedores ambulantes o buhoneros, ofreciendo variedades de víveres, legumbres, tubérculos y otros productos que son comprados por las amas de casa para hacer sus comidas y ensaladas. Mi mamá cuando compra, en especial las legumbres como los gandules con cáscara, le dice al vendedor que llene muy bien el contenedor que usa como medida, que lo sacuda, lo comprima y por último, que lo desborde hasta que ya no quepa más.
A veces, ella misma toma el contenedor y lo mueve y remueve para que quede bien ajustado. Después le coloca un montículo encima, que tiene que colocar sus manos alrededor para que no se caiga lo que queda fuera de dicho contenedor. Esto le da a ella seguridad de que hizo una buena compra. Y no es para menos. Todos queremos estar satisfechos cuando compramos algo, porque deseamos que nos den lo mejor y al menor costo posible.
En la mayoría de los casos, quisiéramos que nos regalen las cosas antes de comprarlas. Otras veces, compramos lo más barato porque no queremos gastar mucho dinero y alegamos que un objeto de menor calidad hace lo mismo que uno de buena calidad, aunque no tenga ninguna garantía y se dañe al mes de haberlo comprado. Esto se debe, a que tenemos un deseo innato de que nos den y nos den.
La Palabra de Dios nos enseña que debemos dar para recibir. Cuando sentimos en nuestro corazón el deseo de dar, ese sentimiento causa compasión y a veces dolor por aquél a quien le va a donar algo. Le duele la situación que está atravesando ese individuo y es movido a desprenderse de algo de lo suyo, para al menos, aliviar la carga que lleva a cuestas. Al hacerlo, siente una sensación de satisfacción y regocijo porque ha ayudado a alguien que en realidad lo necesitaba.
Sin embargo, el deseo de ayudar a otros se ha debilitado por la insana tarea que algunos practican de engañar a las gentes. Desde pequeño, veía a un joven mudo que subía a los autobuses de transporte de pasajeros entregando unos volantes escritos a mano. El volante decía que necesitaba la ayuda monetaria de todos, porque es una persona pobre y está recaudando dinero para operarse y recobrar la voz.
En estos días, dejé mi vehículo en la casa y abordé uno de los autobuses. Al hacer mis diligencias y tomar el de regreso, grande fue mi asombro cuando el mismo señor ya con canas, subió y le distribuyó a los pasajeros el mismo volante con las mismas palabras. Vi que ninguno le tomó uno, ya que conocían la táctica de este hombre que por años había tomado esta práctica como negocio, para obtener de los transeúntes y pasajeros lo que necesitaba para su propio beneficio. Estoy seguro que usted conocerá a alguien haciendo estas mismas prácticas con diversos camuflajes, pero que van a un mismo destino: el engaño.

El libro de Mateo en su capítulo 24 verso 12, cita las palabras de Jesús cuando dijo:

“Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”.

Este verso es tomado a menudo para justificar el bajo sentimiento de brindar de lo que tenemos a aquellas personas que tocan nuestra puerta en busca de una ayuda solidaria. Esto lo hemos vivido todos, tanto cristianos como no cristianos y les cerramos las puertas a aquellos que son culpables, como a los que son inocentes. Nos vamos convirtiendo en personas insensibles, que cerramos los ojos ante el dolor ajeno. Es cierto que hay tanta maldad en el mundo; sabemos que la delincuencia está por todos lados y aquel que creemos una persona responsable y de mucha seriedad, termina estafando al más sagaz. No obstante, a pesar de estas cosas, el espíritu de solidaridad con el prójimo debe permanecer.

El verso siguiente del capítulo 24 de Mateo, explica el por qué debemos mantener el espíritu de solidaridad y no llevarnos de que hay mucha maldad y delincuencia en la tierra. Dice:

“Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. v. 13
El amor por el prójimo se ha visto afectado y muchos de nosotros, los cristianos, hemos cerrado nuestras puertas para no ayudarlos. Recibí en mi casa a un siervo de Dios que, aunque tiene un testimonio muy pulcro, vive en la pobreza extrema. Este hermano, humildemente visita temporalmente algunas casas donde sabe que pueden extenderle la mano y recibe con gusto lo que se le pueda dar. Él es campesino y vive de lo que pueda producirle la tierra. Cuando decosecha,  toma de lo que ha conseguido y le lleva con gozo una porción a los hermanos que están en su misma situación, porque entiende que es mejor dar, que recibir. En la mayoría de los casos, va en busca de ayuda, pero el beneficio es para otro.
Cuando estábamos hablando sentados en mi casa, con lágrimas en los ojos me dijo que muchas iglesias le han cerrado las puertas, porque saben que cuando él solicita una oportunidad para predicar, es con la intención de recibir alguna ayuda. Alegan además, que su mensaje se basa únicamente en pedir. Por tal razón, no le abren las puertas. Pero, ¿Qué predicador va a una iglesia que no reciba una ofrenda? ¿Será que el estatus implica en esto? ¿Sólo son siervos de Dios y merecedores de jugosas ofrendas aquellos que posean buena formación y una posición económica elevada o estable? ¿No es siervo de Dios aquél que sea campesino, que no tenga educación ni posición económica? O ¿Sólo le damos a aquellos que tienen? Nuestro Maestro nos enseñó que le demos a aquellos que no tengan ni para devolvernos el favor y recibiremos la recompensa de parte de Dios. Pero estamos haciendo lo contrario: ayudamos a los que nos pueden devolver. Así cuidamos nuestros intereses.
En la iglesia primitiva no existía problemas de que uno coma y el otro deje de comer. Todos estaban al tanto de cómo vivían los integrantes de la iglesia, que por el amor de Jesucristo que nos une, nos constituimos en una sola familia. Todos somos uno en Cristo Jesús. Por lo tanto, no debe haber parcialismo ni humillación entre nosotros. Si lo hacemos así, estamos actuando como el mundo y el mundo está carente de amor y humildad. Entonces de nada murió Cristo.
¿Qué significa “Más el que persevere hasta el fin”? Significa,  que aunque veamos cómo el mundo está envuelto en el odio, desamor, falta de compañerismo, frialdad, carente de unidad y de ayuda al prójimo, de engaños por doquier y muchas cosas más que nos molesta verlas pasar, debemos mantenernos firmes en lo que hemos aprendido del Señor, porque sólo así nos salvaremos.
Hoy sólo se vive buscando nuestro propio bienestar y no contemplamos si nuestro compañero de milicia está caído. Si el amor de Dios no está en nosotros, fracasaremos. No nos servirán las adoraciones, las plegarias ni los ayunos, porque serán ante Dios palabras huecas, sin significado alguno. Es el Señor mismo que nos enfatiza que nos acordemos de los pobres, que los ayudemos, que les demos la mano cada vez que sea necesario, sin dureza de corazón ni mala cara sino con gozo y regocijo. Este gesto se llama amor.

El apóstol Pablo dice a la iglesia lo siguiente:

“Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe”. Gal. 2.10 (NVI).

Juan el Teólogo, el apóstol del amor, encara enfáticamente en su primera epístola:



“El que dice que está en luz y aborrece a su hermano, está aún en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él. Pero el que aborrece a su hermano, está en tinieblas y anda en tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. 1ra. Juan 2:9-11. (La Biblia de las Américas).

Siempre que tengamos la oportunidad de ayudar, debemos hacerlo. No seamos egoístas pidiendo y pidiendo, pero al momento de dar, entonces damos las espaldas y cerramos nuestras puertas. Debemos dar para luego recibir. El dar es un arte. Hay muchas personas no cristianas que donan miles de millones de dólares; algunos lo hacen sólo para liberarse de los altos impuestos pero otros lo hacen porque sienten amor por la gente, desean ayudar al que está menesteroso, al que está en necesidad y sienten recogido al hacerlo. Y no tienen a Jesucristo en sus corazones. ¡Imagínense si lo tuvieran!

Pude leer en las noticias que Bill Gate donó a la fundación que él y su mujer dirigen, 23,000 millones de dólares, aparte de lo que había donado antes y es el que está proponiéndole a aquellos hombres adinerados, que donen en vida o como herencia el 50% de sus fortunas, para el bien de las gentes pobres. Éstas son instituciones no cristianas y aportan para el bien de los demás y buscan subsidios de entidades de renombre, para que colaboren económicamente por la causa. Las bendiciones que esas personas reciben de aquéllos que no pueden darle otra cosa es grande y quienes lo hacen por el amor de dar, reciben gran satisfacción al haber ayudado a un prójimo. Bill Gate abandonó el primer lugar a nivel mundial del hombre más rico del planeta, por donar buena parte de su fortuna. Uno de los filántropos más grande del mundo es este hombre, quien se ha dado cuenta que el dar no sólo es un gesto, sino un arte.

Digo que el dar es un arte, porque a mí, particularmente, me gusta ver el rostro de la persona cuando se le resuelve un problema que él con sus fuerzas no puede resolver. La cara de dolor y quebranto se irradia, los ojos caídos y sin brillo, se iluminan y una muesca de pesar, se transforma en una sonrisa de felicidad. Los ojos se llenan de lágrimas, pero ya no de pesar, sino de alivio y sus manos la levantan al cielo y sus bocas se abren para darle gracias a Dios por haber permitido que su tristeza se cambiara en alegría. El hacer que otras personas rían y se sientan felices, es un arte.

Recuerdo que estábamos un grupo de personas en Haití. Fuimos a hacer la obra misionera en una región de Puerto Príncipe. Llevábamos medicamentos, ropa, dinero y alimentos. Cuando nos recibieron, nos trasladaron a unos albergues donde vivían en extrema pobreza, niños que habían quedado huérfanos. A la mayoría les habían matado a sus padres, cuando apenas tenían cuatro y cinco años de edad.

Mientras nos trasladaban, andaba con nosotros un joven nativo como 16 años. No hablaba, solo miraba con mucho asombro el reloj que llevaba puesto. Era un Citizen color dorado y me gustaba mucho. Además era el único que tenía en ese momento. Le pregunté si había tenido uno. Me respondió que nunca había tenido en su vida un reloj. Dejé de hablar. Dejé de hablar, porque  sentí darle el reloj y estaba muy apegado a él. Mientras había un debate en mi cabeza, el joven continuaba mirando el reloj y para colmo, tomó mi brazo y me sostenía la mano para mirarlo más de cerca. Noté como sus ojos brillaban al verlo y el deseo de tener uno, se reflejaba en su rostro.

En mí, el deseo de regalarle el reloj se acrecentaba más y más, hasta que me lo quité de la muñeca y se lo puse en la de él. Le dije: ¿Te gusta? Me dijo que sí mientras lo observaba por todos lados y movía la mano de un lado para otro, observando en todos los ángulos cómo le quedaba. Es tuyo, le dije. ¿Para mí? ¡Sí. Puedes quedarte con él! Fue lo más grande que le pasó ese día. Me agradeció inmensamente, rió, lo enseñaba a todos los que estaban a su alrededor, su rostro se iluminó. Era sorprendente.

Dos semanas después, debía partir hacia la isla de Puerto Rico. Me fui sin reloj. Estaba avergonzado. Sin embargo, a la semana de estar allá, un hermano me pidió que lo acompañara porque debía comprar algunas cosas. Cuando llegamos al lugar, entramos a una tienda inmensa. En una, el hermano se paró en una vitrina donde se exhibían bellos relojes. Elija el que usted quiera, hermano. Me dijo. No se preocupe, que yo lo pago. Dios recompensó mi acción en Haití. Pero eso no quedó ahí. Mi hermano vino de los Estados Unidos y me trajo dos relojes más. ¡Ya tenía tres en vez de uno!  

Si un hermano toca a las puertas de tu casa o de tu iglesia, no te hagas el ignorante. Dios ve tu actitud. A veces damos, pero lo hacemos para que no nos sigan fastidiando o para que nos vean. Damos, pero lo que nos sobra, lo que no usamos, lo inservible para nosotros. Total, si no lo das, lo vas a echar a la basura. Pero es difícil cuando debes despojarte de algo que tienes para ayudar a otro que está más necesitado, cuando lo que es tuyo, lo que usas y es tu favorito, debes desprenderte de él para dárselo al que no tiene nada. Ahí es cuando la cosa se torna fuerte. Sin embargo, todos aquellos que lo han hecho, se han dado cuenta que  algo misterioso sucede cuando lo hace de corazón y sin resentimiento.

Al que abre las manos para dar al necesitado, lluvias de bendiciones le caerán encima, sus graneros se llenarán, sus empresas florecerán, porque aquél que le extiende la mano al necesitado, le está prestando a Dios y todo aquél que le presta a Dios, sale ganando, porque los intereses son bien altos.

No le cierres las puertas al que hoy necesita. El mundo da muchas vueltas y nadie sabe si aquél que está necesitado hoy, en una de estas vueltas, el Señor cambie su lamento y su miseria en gran prosperidad y luego seas tú o yo, los que quedemos por debajo de él. Démosle la mano al caído, porque lo mismo harán por nosotros. Puede que en el presente no lo necesitemos, pero del mañana sólo sabe Dios. Un simple gesto, puede tener un poder importante en la vida de la gente. Haz que alaben, glorifiquen y exalten a Dios por ejercer bien el mandato divino. Cuando lo hagas de corazón, podrás reconocer que el dar, es un arte.

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