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QUE NADA NI NADIE TE QUITE LA MIRADA DE JESUS

Por: Esequiel Guerrero Marte
“Puestos  los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Hebreos 12:2a.

Doce hombres se encontraban navegando en una pequeña embarcación en medio de la noche y un mar turbulento. Luchaban por mantenerse a flote y deseaban con todas sus ansias que se hiciese de día. Las grandes olas ocasionadas por fuertes vientos, amenazaban con destruir la pequeña nave. Parecía que todo estaba perdido. La  despiadada tormenta no tenía compasión de ellos. Estaban solos y aterrorizados. Creían que iban a morir. Sólo un milagro los salvaría.


Como algunos de los hombres habían trabajado en el mar, sabían que tenían problemas. El viento le era contrario, por lo que avanzaban poco y las despiadadas olas amenazaban con hundir la frágil embarcación. Era ya de madrugada y el mar estaba como boca de lobo. La oscuridad los arropaba y los malos pensamientos y supersticiones arremolinaban sus mentes, llenándolos aún más de pánico. Las nubes grises arropaban el cielo, impidiendo que se pueda vislumbrar el fulgor de las estrellas, haciendo que el entorno pareciera como una película de terror.

De repente, ven en la oscuridad una silueta que los llena de espanto. Una figura fantasmagórica se veía a lo lejos. Era luminiscente, porque pudieron verla en medio de la oscuridad.  Se frotaron los ojos y vuelven a mirar pensando que a lo mejor fue su imaginación pero al fijar la mirada, ven la misma figura acercarse hacia ellos caminando sobre la superficie del agua. A lo mejor algunos sintieron el deseo de lanzarse al mar, pero al ver lo agitado que estaba, se quedaron pasmados y horrorizados en la nave, quien se convirtió sin pensarlo en una cárcel que los mantenía presos sin saber a dónde ir.

Mientras que el misterioso espectro se acercaba más y más hacia donde estaban ellos, la confusión reinó, sus ojos se alborotaron al darse cuenta que sólo quedaban algunos metros entre la imagen siniestra y la barca. Se alarmaron a tal extremo, que empezaron a gritar despavoridos: ¡Es un fantasma! ¡Es un fantasma! Más cuando creían que estaban perdidos, escucharon una voz que les pareció  conocida:

-          No tengan temor. Soy yo. Cálmense.

-          ¿Maestro? ¿Eres tú Señor?

-          Sí, soy yo. Tranquilícense.

  Todos se calmaron, menos uno. Siempre existe un atrevido, alguien que no se conforma con sólo oír, sino experimentar.

-          ¡Si eres tú, Señor, ordena para que vaya a donde tú estás!

Qué osadía. A lo mejor los demás compañeros lo miraron al unísono y le dijeron: ¿Pero estás loco? ¿No ves las olas del mar? ¿No escuchas el viento? ¿Te vas a atrever salir de la barca que es segura? ¿Por qué no esperas que él venga a nosotros? Pero eso no lo hizo titubear. Él sólo miraba al Ser extraordinario que tenía el poder de andar sobre las olas agitadas sin sufrir ningún daño. No estaba escuchando al viento ni mirando las olas. Dejó de escuchar todas las palabrerías  de sus compañeros y se concentró únicamente a escuchar la orden de su Maestro.

-          Por supuesto. – dijo la voz – Puedes venir, Pedro.

Como un resorte el discípulo saltó al mar. Tal vez los que se quedaron en el barco pensaron lo inimaginable. Creyeron quizás que se hundiría y jamás lo verían con vida. Más, cuán grande fue la sorpresa al ver a Pedro caminar sobre las aguas turbulentas tal y como el Divino Maestro lo estaba haciendo. ¡Era un milagro! Pedro quedó fascinado y caminaba sin quitarle la vista a Jesús. Caminó y caminó hasta separarse de la embarcación, ya quedaban solo pasos para llegar cerca del Señor. No había vuelta atrás. Lo estaba logrando.

Pero casi al punto de llegar, Pedro se desconcentró y quitó la vista de Jesús. Al instante se arremolinaron las dudas. Empezó a sentir el fuerte viento, las tempestuosas olas se hicieron sentir. El miedo le invadió, creyó que no lo lograría. Ya no miraba el trayecto que había avanzado, no quiso percatarse que estaba a punto de triunfar, que sólo le faltaba unos cuantos pasos. La duda le invadió,  la desesperación y el pensamiento de que sus días terminaron vinieron a su mente. Esto lo estremeció. En su angustia, exclamó a todo pulmón:

-          ¡Maestro, sálvame que voy a morir!

Jesús, que ya estaba cerca, de inmediato extendió su brazo y le dio la mano al tiempo que le reprochaba su falta de fe. Sólo le quedaba una ínfima distancia. La pérdida de enfoque le hizo fracasar. Perdió  lo que hubiera sido un paso trascendental para su vida y para la vida de sus compañeros. Podría haberse dado cuenta que nada era imposible para ellos. Sólo debían tener puesta la fe y la mira en su Señor. Jesucristo quería que ellos supieran el poder que había dentro de ellos, sólo si se enfocaban única y exclusivamente en Él.

Pero ¿Qué es enfocarse? Enfocarse es dirigir la atención o el interés hacia un determinado objetivo. Cada quien ha tenido un enfoque alguna vez. Hemos querido tener algo o llegar a  un puesto relevante dentro de la sociedad. Los políticos, por ejemplo, en temporada de elecciones se enfocan en buscar los votos necesarios para ganar la posición que han elegido y luchan e invierten tiempo y dinero para lograrlo. Hasta que no obtengan lo deseado, no se cansarán de luchar por ello, sin importarles las mentiras y promesas que les hagan a las gentes que confían en ellos.

El estudiar no es fácil. Gastamos años valiosos de nuestra vida, tiempo y recursos para formarnos. Desde que cumplimos los años que se requieren para entrar a los centros docentes hasta graduarnos en la universidad, se gasta aproximadamente de 20 a 21 años. Eso sin contar aquellos años que se reprueban y los que se utilizan para hacer alguna especialidad. Estudiar desde los inicios de nuestra infancia hasta tener una profesión que nos ayude a poseer un empleo, dirigir una empresa o cualquier cosa que nos provea de lo necesario para vivir decentemente, nos costaría aproximadamente 25 años, dependiendo la carrera que tomemos.

 Todos los que hemos estudiado y llegado hasta la universidad, supimos que el estudiar no era fácil. Conlleva mucho sacrificio físico, mental y económico. Aun así nos arriesgamos, porque nos forjado una meta, hicimos un enfoque. Quisimos concretar los sueños que desde antaño teníamos guardados dentro.

¿Por qué aun así hay gentes que fracasan en sus esfuerzos y otros no? Porque hay algunos que al estar enfocados luchan con más ahínco y dedicación, mientras que otros lo toman más calmados y pasivos alegando que no pueden dar más que lo que están dando. No se esfuerzan en los estudios y si es necesario aprobar las asignaturas con calificaciones deficientes o de forma fraudulenta, se conforman con eso porque sólo quieren aprobarlas para continuar adelante. Esto conlleva, a que existan profesionales eficientes y otros mediocres. Todo depende del enfoque.

Lo mismo sucede con los militares y atletas. A cada uno por separado se le da las reglas, disciplina y entrenamiento, para que sean buenos. Son medidas rigurosas que deben aprender para poder llegar al éxito. Más, de nada valdrá el esfuerzo obtenido si no se mantienen enfocados en la meta.  

La vida cristiana tiene similitud con lo que es un profesional en cualquier carrera universitaria, al de un militar o al de un atleta. Tal y como existen buenos y malos profesionales, buenos y malos militares y buenos y malos atletas, existen buenos y malos cristianos dentro de la iglesia. Esto no debería suceder, pero hay factores que inciden que esto suceda.

Al leer el relato del fracaso de Pedro que dudó cuando sólo le quedaban unos cuantos metros para llegar a donde estaba Jesús, criticamos la falta de fe de este discípulo. Pero esto es lo que nos sucede a cada momento mientras estamos transitando en este Camino. Pedro se desenfocó y ese desenfoque trajo un gran efecto que lo marcó para toda la vida. Mientras él estuvo mirando al Maestro, no le importó nada de lo que estuviese sucediendo en el medio circundante. Las olas continuaban embravecidas y el viento continuaba amenazante. Pero al estar enfocado en Jesús, esto no le causaba ningún efecto.

El problema se produjo cuando quitó su vista del Señor, para ponerla en las embravecidas olas y el fuerte viento. Fue en ese momento cuando pudo ver lo gris que estaba el cielo y lo negro que se encontraba el entorno. Fue ahí cuando vio las cosas difíciles y se olvidó del poder y el efecto que las palabras de Jesús produjeron cuando le ordenó que caminara sobre las aguas. Fue en ese momento cuando su corazón se llenó de angustia y desilusión, pensó, a lo mejor, que fue un gran error haber bajado de la barca, perdió toda percepción sensorial entre él y Jesús. Todo cambió cuando Pedro perdió su enfoque.

Cabe señalar que el cristiano no vive un mundo de ensueños donde todo se ve color de rosas, libre de problemas y dolores. Podemos  percibir todo lo que nos rodea, pero al tener la confianza en Dios y en el poder de su fuerza, nos mantenemos tranquilos y no sucumbimos ante la crisis porque su paz inunda nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, para que a pesar de la situación difícil, nos mantengamos de pie. Sólo  su gracia nos sostiene y nos da el impulso a seguir.

En el libro de Isaías capítulo 43 verso 2, la Palabra del Señor dice:

“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”.

En la Nueva Versión Internacional, Dios nos dice en el Salmo 46:10-11:

“Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. ¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!  El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”.



Cuando dejamos de mirar a Jesús, obvio que debemos mirar para otro lugar. ¿Dónde tú estás enfocando la mirada? ¿Qué me está desviando la mirada de Jesús? Yo duré muchos años mirando y aguardando esperanzado otras cosas que nunca pudieron ayudarme.  Al contrario. Nunca me dejaron crecer. Hasta que me di cuenta que estaba mirando con los ojos de la carne y los ojos de la carne, sólo puede ver lo material. Al ver que sólo recibía decepciones tras decepciones, al fin me di cuenta que a quien debo mirar es a Jesús y nada más que a él. Ahora veo cómo su gracia me sostiene y siento que está a mi lado en medio del fuego, en medio de la tormenta, dándome calma y protección.



Son muchas las distracciones que podemos tener en el transcurso de nuestra vida que impiden que veamos a plenitud la gloria de Dios obrando a favor nuestro y ni siquiera nos damos cuenta que lo que nos distrae, es el problema. El pueblo de Israel, cuando estaba esclavizado en Egipto, luego de ser liberado por la mano fuerte de Jehová Dios y el esfuerzo inhumano de Moisés, prefirió volver a esclavizarse porque creía que lo que le ofrecían estando trabajando duro, día tras día, de sol a sol, era mejor que lo que estaba obteniendo siendo libre. El pueblo de Israel no estaba enfocado.



Los hebreos sólo veían las ollas de carne que le daban, comparado con un maná sabor a hojuelas con miel y que su fecha de vencimiento era hasta la noche. Para ellos era mejor lo que le ofrecían los verdugos, que lo que Dios le daba en el presente, a sabiendas que vivirían muchísimo mejor y en libertad en su propia tierra cuando atravesaran el desierto. Egipto le dio en el pasado lo que a ellos les gustaba. No les importaba que le quitaran su energía, su vigor. Los dejaba con deseos de seguir consumiendo y si no lo hacían, sus fuerzas se debilitarían y no iban a hacer el pesado trabajo que debían realizar a cambio. Eso es lo que da Egipto, quien es sinónimo del mundo. Te da y te da, pero te quita y te quita, para que sigas miserable y no tengas un momento para que reflexiones y te des cuenta que debes hacer algo al respecto.



Al vivir todo el tiempo desenfocado, o te quedas varado, o te vas por el camino equivocado hasta que caigas por el precipicio o las fuertes olas rompan las velas y el timón de tu barca, quedando a la deriva. Entonces te controlarán y obligatoriamente tendrás que hacer lo que se te diga, porque siempre serás un esclavo.



Estuvimos mi esposa Albania y yo trabajando con un joven que aceptó a Jesucristo. Estaba esclavizado en el vicio de las drogas. Queríamos que creciera en el evangelio y  aceptamos que visitara nuestra casa cuando le plazca. Hacíamos todo lo posible por ver a este joven cambiado. Al ocuparnos en eso, todos vieron en él algo diferente: subió de peso, vestía limpio y modesto, su forma de hablar cambió, en fin, el hombre se estaba rehabilitando. Él se hizo fotos para mostrar un antes y un después de su conversión, su familia lo aceptó en su casa, pues vivía en la calle y dormía en cualquier vehículo viejo que encontrara. Todo iba de maravilla.



Hasta que un día, nos dimos cuenta que no asistía igual a la iglesia como regularmente lo hacía, las ropas y zapatos le que regalamos los vendió, los utensilios  que tenía su mamá en la cocina los tomó y los vendió, se hizo insoportable nuevamente, hasta que lo echaron nuevamente de la casa. Hoy anda peor que antes, envuelto en las drogas y burlándose incluso de aquellos que le dieron la mano. Le sucedió lo que se puede leer en 2 Pedro 2:22.  Nunca estuvo enfocado, porque si lo hubiese estado, lucharía para mantenerse libre de la esclavitud del vicio. Hoy ve su foto, su antes y su después, más no le importa; dejó de mirar a Jesús y se concentró en su pasado, en los gustos que recibiría su carne, aunque sabe conscientemente, que lo llevará a la tumba. Hoy sigue preso, como antes.



También dentro de la iglesia hay personas desenfocadas. Personas que sólo miran lo que hacen los otros para tomarlo como excusa y no crecer. Yo quería ser muy perfeccionista en el templo: si veía niños encima del púlpito, trataba de bajarlos, si veía que tomaban algún instrumento, trataba de quitárselos, que si gritaban, que si caminaban, que si no se levantaban para adorar, que si no decían amén, que si no oraban ¡Dios! Me mantenía en zozobra, mientras que los demás eso no le importaba.



Todo el tiempo me mantenía estresado tratando de que todo funcionara a la perfección. Duré mucho tiempo esperando para que me ayudaran a crecer, pero grande era la decepción al ver  que otros, que estaban muy detrás de mí, se acercaban, me alcanzaban y se iban a la delantera. No podía entenderlo. Cuando me enseñaron en la universidad controles de calidad, me enseñaron que en un almacén de productos terminados, hay que despachar lo que entró primero. Si viniste primero, primero te vas. Creía que si maduraba y creciera en el evangelio, debía obtener al menos un lugar donde reconocieran mi liderazgo, pero observaba que muchos, que a mi entender eran más nuevos que yo en la fe, obtenían mejores posiciones que yo.



Esto me tenía con un dolor en mi alma que me impedía ver el potencial que había en mí. No estaba enfocado en Jesús. Estaba enfocado en el hombre y el hombre te ayuda, si quiere. Y cuando es el hombre que te ayuda a tener un lugar, recibirás gloria de hombre pero no de Dios (claro está, si escalas a un lugar sólo por ser uno de los favoritos de aquellos que dirigen. En cambio, si es cuando es el momento de crecer, porque Dios ya te ha preparado, entonces Él usará los medios para que llegues al lugar que ha dispuesto para ti y para mí).



Hay que mirar al que te puede ayudar hoy y también mañana, al que te puede levantar y quitarte el polvo del camino y decirte: ¡Sigue, lo estás haciendo bien! ¡Ya falta un poquito, anímate! ¡Apóyate en mi brazo fuerte y yo te haré descansar, porque yo soy Jesús de Nazaret, quien siempre estaré dispuesto a darte la mano y sostenerte!



Me fue muy difícil aprender a mirar verticalmente y no horizontalmente como solía hacerlo por tantos años. Me salieron canas. Hasta que pude liberarme de este gran mal y el Espíritu de Dios me dio a entender, que si seguía mirando lo que estaba mirando y esperando recibir una oportunidad humana para hacer lo que debía hacer, entonces iba a morir sin conocer el potencial que tenía para hacer lo que me habían encargado. Y lo lindo del caso es, que no tenemos ninguna excusa. Si la muerte me sorprendía en este estado, no iba a tener la excusa de que no me dieron la oportunidad para desarrollarme, que me quitaron el puesto, que estuve esperando y no me llamaron. Nada de eso. Dios conoce nuestro potencial. Sabe por qué nos llamó a su obra. No hay excusas.



Si no te dan una oportunidad para cantar en el templo, tienes todo un escenario para cantarle al Señor: está el baño, la cocina, tu habitación, mientras vas por la calle. Si no te dan la oportunidad en el templo para predicar, escenario de más tienes: tu vecindad, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en la calle, donde quiera que estés tienes la oportunidad para desarrollarte. La responsabilidad de predicar el evangelio del Reino, es una responsabilidad de todos. ¿Que no se convierten las almas? Tú no eres el que da el crecimiento. Nosotros sólo sembramos. El crecimiento lo da el Espíritu Santo. ¿Que no tenemos la sabiduría necesaria para retener los versos y por eso no podemos predicar hasta que no vayamos a un seminario bíblico a estudiar teología u otra especialidad? ¿Quién dijo eso? La Palabra especifica que el Espíritu Santo nos dará la sabiduría. Sólo debemos pedirla. Lee la Biblia diariamente y medita en ella, sácale el néctar y dile al Espíritu Santo que te dé el entendimiento y la sabiduría y lánzate. El hacer a menudo un ejercicio, hará que tus músculos tomen más fuerza y ensanchamiento. No esperes a que te llamen o te den una oportunidad para hacerlo en un lugar específico, cuando tienes a todo el mundo alrededor para que puedas especializar tus habilidades.



Otra cosa que quita el enfoque de Jesús, es el mirar y murmurar lo que vemos a nuestro alrededor. Ya en nuestras iglesias existen diferentes tipos de cristianos y eso es lo que ha hecho que haya un gran desenfoque. Hoy existen los conservadores y los modernos. Un bando dice que la sana doctrina se ha perdido y por ende, la santidad. El otro bando dice que hay que actualizarse al medio circundante, para obtener mayor número de adeptos. Esto ha traído una guerra de opiniones, que ha dividido al pueblo de Dios. Y ¿Eso es lo que en realidad Él quiere? ¿No nos dice que estemos unidos? De algo estoy seguro: Sin santidad, que nadie se vista, porque no va a entrar. Si el conservacionista aún con tratar de mantenerse sin usar prendas y vestuarios y arreglos del cabello y demás no se enfocan en Jesús para hablar de los que sí los usan, no entrarán al reino de Dios y si los modernos que usan todo y son más liberales en muchas cosas que antes no se hacía pero que ahora sí no se enfocan en Jesús, de nada le valdrá estar actualizado y aprender a no vivir a “raja tabla” o “RT” como viven los conservacionistas.



 Ya muchos no predican a Jesucristo. Lo que hacen es buscar anomalías existentes en el pueblo cristiano para bombardearlos, porque hay que desenmascarar a los que están haciendo el mal. La Palabra nos enseña que debemos orar por ellos, no destruirlos. El Señor dice en su Palabra:



“Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Hebreos 12:14



Es tiempo que nos enfoquemos en Jesucristo, el cual es el blanco de la soberana vocación. No miremos nada más. Amémonos unos a otros, unámonos todos como un solo hombre. Sólo así tendremos las fuerzas para derrotar al enemigo. Siempre existirán oposiciones, siempre existirán personas que no te apoyen, siempre existirán personas que te decepcionarán, que no creerán en tus habilidades, que no estarás en la lista de sus favoritos. Pero cuando veas esto, recuerda que hay uno que te dice: ¡No temas, yo estoy contigo! ¡Confía, yo creo en ti. Por eso te he elegido! ¡Despreocúpate que no estés en ninguna lista de privilegiados. Tú estás inscrito en la mejor lista, la lista de los salvados! ¿Sabes quién te dice esto? Jesucristo. No pierdas tu enfoque en Jesús. Camina sobre las olas turbulentas. Es verdad que habrá fuertes vientos y una noche negra. Pero la luz de Jesús iluminará tu camino y te dará el poder para que camines por encima de las aguas sin hundirte. Miremos a Jesús, el cual es el autor de la soberana vocación.



“he aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Apocalipsis 22:12.



Que Dios te bendiga ricamente.

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