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Hablando entre nosotros con alabanzas

Modificando nuestra ética del lenguaje cristiano
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones. (col. 3:16)
Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor;(Efs. 5:18,19)

El Apóstol Pablo en 2 ocasiones presenta la alabanza como lenguaje permanente de los creyentes y entre los creyentes, y desde ya lo presenta cómo el Lenguaje Correcto.
Siempre estuvo preocupado del lenguaje com
o tal y cómo éste se expresa y desarrolla entre los hermanos unidos por la Sangre de Cristo, incluso respecto de aquellos que suelen llamarse creyente pero persisten en pecar. Porque el tema del lenguaje y del cómo lo hablamos no radica para el Apóstol, en florituras verbales aprendidas en un curso de oratoria, sino que en la fuente misma que es  la mente. Porque sabía que era aquella parte de todo ser humano que es capaz de rebelarse contra sí mismo, y así las cosas, rebelarse contra otros y contra Dios mismo. En la mente se generan las decisiones y es donde se alimentan las malas pasiones, que luego engendran el pecado.

Entonces, la exhortación amorosa de su puño y letra es a comenzar un lenguaje con fuerte fundamento, porque hablar por hablar, ociosamente, trae consigo un juicio del que deberemos rendir cuenta ante el Trono de Cristo (Mateo 12:36). Y así Pablo, instrumento del propio Ministerio de Jesucristo nos da una pauta para evitar nuestra propia desgracia del hablar sin mesura o con despropósito, nos invita en Filipenses 4:8 a pensar bien, y como consecuencia daremos la sazón debida a nuestro lenguaje, porque hoy por hoy se suele pensar en todo lo que es falso y deshonesto, injusto, impuro y desagrable, en el mal nombre (mala fama), en lo que no tiene virtud o no es digno de alabanza, y acá aparecen dos extremos perniciosos, que manifiestan una mente corrompida y llena de maldad. Por un lado, quien piensa así, actuará de la misma manera, porque el mentiroso antes de actuar con engaño elabora de antemano su mentira, el que roba planifica su atraco, el que juzga injustamente sencillamente manifiesta negligencia en su propio juicio, y así sucesivamente. Y el otro lado, aquel que solo piensa en estas características pero respecto de otro, ocupando su tiempo libre en murmurar o “denunciar proféticamente”. Es que ya pensó en lo falso y deshonesto de otro, y no pensó siquiera si ese otro pudiera ser verdadero y honesto, ni siquiera una medida manifiesta de fe que le permitiera hacer una declaración en ese sentido, quien actúa “proféticamente” o se dice profeta debe seguir una regla divina, entre otras que no van al caso mencionar acá, debe actuar con una “medida de fe” (Rom. 12:6). Y fe es ver al falso e indigno como si fueran verdaderos y dignos de alabanza y reconocimiento, porque quien mira al que actúa con injusticia debe aplicar la Palabra viviente, y verlo con los ojos de la fe, cual hombre y mujer justos.

¿Porque el que se mueve en la “denuncia profética” no habla entonces con certeza de lo que no se ve y con convicción de lo que no se espera? ¿ Dedicará siempre su mensaje a hablar de lo que ve o no espera? ¿Es su aspiración entonces seguir “defendiendo la fe” pagando el precio de ser vomitados de la presencia de Dios? Porque sin Fe es imposible agradar a Dios.(Heb. 11:6)

Si se habla mal o “proféticamente” no es de puro placer o por tener un impulso carismático de un don de ciencia, sencillamente es alguien que requiere urgente replantear su base de datos, ordenarlas bajo el prisma paulino de Filipenses y definir bien si está siendo un “instrumento” para edificar la iglesia, o destruirla, por eso quien mal habla, mal piensa.

Y por eso Pablo nos exhorta a que llenemos nuestros pensamientos con la Palabra de Dios, que se transformen en sustancia que impregne todo el entendimiento, para que luego hablemos entre nosotros con el lenguaje mismo de Dios, con toda sabiduría, no con palabras llenas de necedad y soberbia; con alabanzas, salmos, himnos y cántico espirituales, no como una experiencia mística nada más, es la manera correcta de relacionarnos, es el lenguaje de la Nueva Jerusalén a la cual nos hemos acercado, es el lenguaje que tiene el Padre con el Hijo. Porque hablar con la Ética de Dios es hablar con el lenguaje del amor, de la fe y de la esperanza, lo único que permanecerá entre nosotros, son 3 cosas que sustentan la Palabra Viviente del Trino Dios, su ADN, y esa Palabra permanece para siempre. Este “trino lenguaje” transforma una mala persona en una digna de alabanza, un mal pensamiento en uno que sea pura virtud, y un lenguaje iracundo y enjuiciador en uno que sea pura misericordia.

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