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Lo que Mueve a Dios a Actuar...Continuidad del anterior


Por: Esequiel Guerrero Marte

HABACUC 3:17-18

“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación”.
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 (Parte II ¿por qué nuestras oraciones tardan en ser respondidas?)

En muchas ocasiones nos preguntamos por qué nuestras oraciones no tienen respuestas. Oramos y oramos, ayunamos y ayunamos, duramos meses en cilicio y nada. Se nos quitan los deseos de arrodillarnos delante del Señor, porque total, todo se ha convertido en una rutina que solo nos lleva, a nada. A todo esto, el peso de la situación reinante en nuestro entorno: que la economía está dura, que no tenemos empleo, que las deudas, que la escasez, que las pruebas, que los problemas familiares, etc., provocan que constantemente mantengamos una postura negativa, haciendo que nuestra visión se encentre solo en quejas y quejas.

El enemigo aprovecha estas circunstancias y nos ataca con una de sus armas más mortíferas: el desaliento. Cuando nos desalentamos, se nos quitan los deseos de alabar a Dios, de leer su Palabra y acercarnos al trono de la gracia mediante la oración. ¿Para qué orar si Dios no se preocupa en escuchar nuestras plegarias? ¿Para qué alabar si estamos en depresión constante y el dolor nos agobia? Estamos viviendo momentos tensos, amargos y sombríos y pensamos que a Dios ni le importa.

Mientras tanto, observamos a los impíos cómo prosperan, cómo les va bien en todo lo que emprenden y hacemos lo mismo que hizo Asaf (Salmo 73): nos da envidia al observar a los arrogantes que no buscan de Dios, que no pasan trabajo y no tienen congojas. Vemos cómo todo le va tan bien en sus empresas y se enseñorean de todo y de todos, pues tienen riquezas y poder. Nos duele verlos montados en sus yeepetas caras y casas deslumbrantes y aunque sabemos que todo lo que tienen ha sido conseguido de manera ilícita (hablamos específicamente de aquellos hombres que se dedican a la delincuencia del narcotráfico u otro crimen que les permitan vivir lujosamente y despilfarrar el dinero sin contemplación alguna), nos quejamos ante Dios porque nosotros no tenemos nada siendo aquellos hombres y mujeres que llaman “hijos de Dios”.

Por tal razón, el desaliento invade nuestras almas haciendo que perdamos toda confianza en Dios. Vivimos como zombis, como muertos vivientes. Vamos a nuestras respectivas iglesias, pero ya no existe el gozo de Dios en nuestros corazones, su Espíritu está contristado en nuestros adentros. Estamos vacíos. Creemos que los deleites materiales, las riquezas, los lujos son las “bendiciones” que Dios nos tiene y nos olvidamos que la verdadera bendición es tener nuestros nombres inscritos en el libro de la vida, que fuimos hechos hijos de Dios por medio del sacrificio de Jesucristo y que somos coherederos de las herencias eternas en el cielo. Cada vez le pedimos a Dios las mismas peticiones. Año tras año nos sucede lo mismo: no recibimos nada.

¿Por qué Dios no se motiva a contestar nuestras oraciones? El pasaje arriba citado, puede arrojarnos luz al respecto. El profeta se había hecho una meta. Sabía que Dios es todopoderoso y que sus misericordias son enormes. El mero hecho de haber sido escogido para ser su siervo, era más que un honor y tenerlo a Él como refugio, era más que suficiente. Por tal razón, no le importaba nada más. Sabía muy bien, que aunque le faltaran las cosas esenciales para su subsistencia, su fe en el Señor era su seguro de vida, que le proporcionaba toda la cobertura necesaria para su sustento.

Analicemos los versos del 17-19. La higuera proporcionaba higos. El higo es un alimento. La vid produce vino y el vino da contentamiento. El olivo da aceite, esencial porque a la vez de ser útil en la alimentación, sirve también como combustible. Ellos eran personas que se dedicaban a la agricultura. Imagínese entonces que los sembrados no tengan sus frutos. Eran pastores de ovejas. ¿Puede usted imaginarse el efecto que surtiría en ellos si al ir al rebaño no encontraran ninguno de sus animales? Las ovejas producían leche, carne y lana para el abrigo, al igual que las vacas. En resumen, el profeta estaba refiriéndose a todo lo que una persona pueda tener para su sustento diario y para su sustento a largo plazo. La escasez de todo esto pondría a reflexionar al más santo. El que le falte todo a una persona, es sinónimo de “caerse muerto”.

Pero el profeta Habacuc no pensaba de esta manera. Nada le quitaba el gozo que había conseguido al depositar toda su confianza en Dios. Él sabía que aun faltándole todo, su Dios no permitiría que cayera postrado. Por lo que dice confiadamente: “Con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación” (v. 18). Eso es confiar y confiar significa creer y creer es ver aquello que no está, como si estuviese. Por lo que, aunque no haya nada en la despensa y los ojos materiales lo ven y la mente carnal piensa que estamos liquidados, la vista espiritual observa que dicha despensa está llena de toda clase de alimentos y de bebidas que  alegran el espíritu, dando una razón para adorar y estar alegres ante el Dios que a todos sustenta. Ese es el secreto que motiva a Dios a actuar en favor de los que creen y confían en su nombre.

El salmo 37:4 dice: “Deléitate asimismo en Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón”. ¿Qué significa deleitarse? Deleitarse es complacerse, regocijarse, relajarse, gozarse. Me llamó más la atención la palabra “relajarse”. Cuando una persona está relajada, es porque no tiene nada que le afecte su estado emocional. Está tranquilo, nada le preocupa. Es como cuando nos encontramos en un resort con todos los gastos pagos. Dejamos nuestros vehículos, porque hay transporte disponible y cuando llegamos a las habitaciones, no nos preocupa que no haya gas para cocinar, que no haya alimento que preparar, que hay que pagar la energía eléctrica, el alquiler, pagar las deudas, trabajar al otro día, no nos preocupa nada, pues vamos a ese lugar a descansar. Todo lo tenemos a nuestro alcance desde la más cómoda habitación, hasta los mejores manjares. Por lo que, en la estadía, nos sentimos relajados.

Así quiere Dios que vivamos en Él. Cuando nos deleitamos en Dios a pesar de lo que nuestros ojos materiales puedan ver, las puertas de los cielos se abrirán y el Espíritu Santo suplicará por nosotros en el nombre de Jesús al Padre y Él se moverá a contestarnos.  Deléitate asimismo en Jehová y él concederá las peticiones de tu corazón. El profeta se alegró, David se alegró, los apóstoles se alegraron y recibieron su recompensa. Nosotros debemos hacer lo mismo.

Dios permite ciertas cosas para probar nuestra fe, al igual que a los israelitas. Los israelitas duraron 40 años en el desierto. ¿Por qué duraron tanto tiempo en el desierto? Porque no confiaban en el Señor, a  pesar de haber visto los prodigios y milagros que hizo a través de Moisés su siervo en Egipto. La travesía que pudo haber durado solo días, duró años, por dedicarse solo a murmurar y a quejarse, que mirar la gloria de Dios. Y esto le desagradó a Dios, de tal manera que los desaprobó. La prueba es un examen que debemos pasar. Si en la escuela o universidad nos examinan de una materia y reprobamos, por más que nos lamentemos, debemos volver a tomar la materia y si seguimos reprobando, volveremos una y otra vez a tomarla. Así es en el camino del Señor. Si reprobamos al ser probados, volveremos una y otra vez a recomenzar, en otras palabras, nuestras oraciones se irán deteniendo hasta que aprobemos delante de Dios.

El rey Belsasar en Babilonia (Daniel 5), fue probado, pero su conducta impidió que fuera encontrado aprobado delante de Dios. Fue desechado y su reino, que debía durar mucho tiempo, se esfumó de la noche a la mañana. Pero Mesac, Sadrac y Abed-Nego (Daniel 3) también fueron probados, pero su actitud positiva ante la crisis, motivó a Dios a actuar a su favor, rescatándolos de la muerte, cuando se creía que ya no había esperanza.

En la angustia y desesperación, en las luchas y pruebas, deleitémonos en Dios. En las tribulaciones y dolor, en el sufrimiento y el quebranto, confiemos en el Señor. No profiramos quejas ni murmuraciones, regocijémonos en Él. En el mismo momento que aprendamos estos principios y seamos aprobados, escucharemos sus tiernas palabras que nos dirán: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). El enemigo quiere que estemos todos los días quejándonos de que Dios no nos escucha, que nos ha desamparado, porque sabe que mientras más lo hagamos, más se nos detienen las bendiciones. Dios quiere que nos alegremos y nos regocijemos en Él, para que podamos ver su gloria. Podemos hacerlo.

“Pueblos todos, batid las manos; aclamad a Dios con voz de júbilo. Porque Jehová el Altísimo es temible; Rey grande sobre toda la tierra. Él someterá a los pueblos debajo de nosotros, y a las naciones debajo de nuestros pies… Cantad a Dios, cantad; cantad a nuestro Rey, cantad; porque Dios es el Rey de toda la tierra; cantad con inteligencia… Porque de Dios son los escudos de la tierra; Él es muy exaltado”. (Salmo 47:1-3;6-7;10).

Dios te bendiga.

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