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FAMILIA SANA, CUERPO Y MENTE SANA

Por: Esequiel Guerrero Marte

“Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo, no se apartará de él”. Proverbios 22:6

                                     
En muchas ocasiones nos hemos hecho infinidades de preguntas cuando vemos y escuchamos en los medios de comunicación, sobre gentes que cometen crímenes de manera inescrupulosa y sin remordimientos. Nos preguntamos:
¿Cómo esa persona pudo hacer esto tan fríamente? No vemos a  una persona, sino a una bestia, un animal irracional que ha cometido un acto atroz. Alguien que no tiene sentimientos ni sangre caliente en sus venas. Es un psicópata, tiene una mente enferma.


No podemos comprender por qué un individuo tranquilo, se convierte de la noche a la mañana en un vil asesino que mate a decenas de personas, solo porque no le dieron lo que quería, o que alguien, en algún momento de su vida, lo haya lastimado y por venganza, cometió esos asesinatos. En la mayoría de los casos, aquellos hombres o mujeres que han asesinado a otras, testifican que, cuando niños, fueron maltratados por sus padres, o fueron violados sexualmente por alguien cercano a él y creció con ese odio y rencor dentro de su corazón. Ese sentimiento lo motivó a perpetrar el delito para vengarse, para darle a entender a todos lo que padeció.


Se ha comprobado, que los que cometen delitos llámese asesinatos, involucrarse con pandillas callejeras, ser agresivos y dedicarse a los vicios del alcohol y las drogas, provienen de familias desprovistas de amor y afecto. Viven en hogares donde no se practican buenas costumbres, donde sólo se escuchan los regaños, las peleas entre padres e hijos y los maltratos físicos y verbales. Estas gentes fueron educadas en un mundo carente de razonamiento y de concordia, sin afecto fraternal ni misericordia para con el prójimo. No recibieron nada afable en el momento que lo necesitaban y hoy, están devolviendo a la sociedad, lo que recibieron cuando niños. Lecciones  que marcaron negativamente su futuro.


Se han estudiado casos en que una persona ha cometido un acto criminal, solo para demostrarles a sus progenitores que es capaz de hacer cualquier cosa.  Se siente herido, marcado desde pequeño. Recuerda cuando sus padres le decían que era un bueno para nada, que nunca llegaría a ser alguien en la vida, que era un desgraciado y él le iba a demostrar a sus padres, que estaban equivocados. Por lo que, se asocia con malhechores y emprende un camino delictivo que lo lleva a ser reconocido por la sociedad, como el sicario más grande de su comarca. Todo esto, por causa de una instrucción errada que recibió al inicio de su vida.


En los Estados Unidos, una joven de 16 años llamada Brenda Ann Spencer, vivía en el tercer piso de un edificio situado cerca de una escuela en San Diego, California. Se colocó en una ventana que daba al patio y esperó a que los niños llegaran para recibir las clases. Estaba armada con un rifle semi-automático calibre 22. Era lunes y se encontraba aburrida. Por lo que, para entretenerse, comenzó a dispararle a los niños, hiriendo a ocho y matando al director y al conserje de la escuela, quienes trataban de alejar a los niños de los disparos.


Cuando llegó la policía, Brenda los recibió con disparos e hirió a uno de ellos. Pasadas seis horas de negociaciones, se rinde y es puesta a la acción de la justicia. En la audiencia más reciente, en 2009, ella aseguró que era abusada  por su padre y ese maltrato, la llevó a cometer el crimen.


No es extraño que veamos en las noticias a padres abusando de sus hijos. Recientemente apresaron a un hombre que violó a una niñita de apenas tres meses de edad. Luego que lo apresaron, dijo que no sabía lo que estaba haciendo. Sólo escuchaba voces que le decían que lo hiciera. Y lo hizo. Esa niña quedará marcada por el resto de su vida.


Estos y otros ejemplos más de personas que se convierten poco a poco en delincuentes a sangre fría, son ocasionados por factores que han modificado su patrón de conducta en algún momento determinado. Los científicos dicen, que el mayor porcentaje de aprendizaje se encuentra en la niñez, donde el cerebro funciona en un 85%. Es por eso, que el niño tiene más facilidad para aprender que un adulto. Si lo instruyes bien, será un hombre de bien; más, si lo instruyes mal, sucederá todo lo contrario.


La familia es la primera escuela y la más valiosa en los inicios de los años  de vida de un individuo.  El niño absorbe cual esponja, todo lo que percibe a su alrededor, todo lo que oye y todo lo que ve. Si en el entorno familiar existe violencia, donde el padre abusa de la madre constantemente  y la madre descarga en los niños la furia que siente en contra de su marido, esos hijos aprenderán a ser violentos y creerán que ese sentimiento es normal. Lo mismo sucede cuando en el hogar se usa drogas o alcohol. Al crecer, hará lo que aprendió en su primera escuela.


Mientras transcurre el tiempo, las familias se van deteriorando paulatinamente. Las costumbres son diferentes y cada quien hace lo que desea. El respeto día a día se va esfumando, los buenos modales se están perdiendo y el lazo que une a todos los integrantes, EL AMOR, está perdiendo fuerzas. Ya no existe comunicación entre padres e hijos, se deben respetar los espacios, los padres no pueden corregir a los hijos; los hijos tienen el derecho de acusar a sus padres si son reprendidos por ellos en aquellos países desarrollados, costumbre que están adoptando los países subdesarrollados. Cada quien es tan independiente dentro del hogar, que parecen personas extrañas. Esta situación ha ocasionado grandes problemas en el seno familiar.

Escuché la noticia de una familia compuesta de cuatro personas, el padre, la madre y dos hijos. Eran pudientes, con una casa grande donde cada quien poseía su propia habitación. Cada quien poseía un espíritu independiente, tenían todos su propio automóvil y hacían lo que quisieran. Eran adultos. Es de suponer que los cuatro poseían una copia de la llave de la casa, para salir y regresar a la hora que les diera la gana. Esta manera de vivir, los convirtió en personas sin un vínculo que los uniera. Vivían bajo un solo techo, pero no se veían durante semanas. Eran extraños para sí mismos. En esta familia no existía comunicación alguna. Nadie podía acceder a sus respectivas habitaciones, porque estaban violando su privacidad, no compartían juntos el desayuno ni la cena, porque las ocupaciones no lo permitían.


¿Qué podemos encontrar en este grupo de personas? En realidad no se le podría llamar “Familia”, porque de acuerdo a lo que conocemos sobre este término, se puede decir que es aquella que está conformada por el padre, la madre y los hijos, que conviven en un mismo techo y están unidos por múltiples vínculos: amor, respeto, confianza, responsabilidad, etc. ¡Tienen la misma sangre!

Existen muchas dudas de lo que sucederá en los próximos años con la familia. De acuerdo a las estadísticas, existe un desenfreno entre las gentes, donde cada quien quiere satisfacer sus propios deseos. El desenfreno sexual está ocasionando que los matrimonios pasen de moda. Las escuelas, en vez de enseñarles a que esperen el momento adecuado para sostener relaciones sexuales, les proveen preservativos para que lo hagan sin ninguna clase de obstáculos. El libre derecho que posee cada individuo, les da autoridad para hacer lo que quiera. Nadie puede detenerlos, pues es su vida.


La familia es el lugar donde se debe educar, instruir a los niños. Si los padres no toman la responsabilidad de educarlos de la mejor manera posible, ¿Quién lo hará? La Palabra de Dios especifica que los instruyamos. Pero, ¿Cómo los instruiremos si vivimos en pleitos y problemas tras problemas? Para instruir, primero debemos los padres estar instruidos. Yo como el hombre de la casa, debo aprender a respetar y cuidar a mi esposa, vivir en armonía, amarla, cuidarla y mantener una comunicación sana con ella. Yo seré el primero a quien tomarán de ejemplo. La esposa debe amar y respetar a su esposo y utilizar la inteligencia que el Señor le ha dado, para que ayude a mantener un ambiente de paz dentro del hogar.


Si los primeros que empiezan las guerras dentro del entorno familiar somos los padres ¿Cómo instruiremos a nuestros hijos para que sean pacíficos? Un refrán bien elaborado que conocemos es aquel que dice: “Tus hechos no me dejan escuchar, lo que me estás hablando”.  


La familia fue una institución creada por el mismo Dios para que exista un ambiente de amor y paz en su interior. El hombre se encontraba solo cuando fue creado, nada ni nadie podía llenar el amargo vacío que la soledad le embargaba y luego que el Creador le trajo  su compañera, él se alegró, se sintió inmediatamente bien acompañado, dejó de sentir la amarga soledad. Convivía con su esposa y pasaban momentos placenteros juntos. Caminaban juntos, comían juntos, se bañaban juntos y su intimidad estaba basada en hacer sentir bien a su compañero. No existía el egoísmo.


Pero a Satanás no le gustaba esa armonía que existía en el seno familiar y atentó contra ella. ¿Por qué lo hizo? Porque sabía muy bien que si ella vive sumergida en un ambiente donde reinara el amor, la paz, la comprensión, los buenos modales y el temor a Dios, el mundo sería un paraíso. No existirían los policías ni ningún personal que infrinja el orden, no existirían cárceles, tampoco manicomios ni psiquiatras, no existirían médicos que se dedicaran a atender personas hipertensas ni que sufrieran del corazón. No existiría el odio ni el rencor, ni avaricia, no existiría la prostitución, ni el adulterio, no habrían robos, ni engaños, ni maldiciones, ni asesinatos, ni abogados que dividan a las parejas por medio del divorcio. ¡Nada de eso!


Pero el hombre lo dañó todo al hacerle caso a Satanás y por ello es que existe el desamor, el odio, el rencor, la envidia, la infidelidad, la falta de respeto, la falta de unidad y el desequilibrio emocional en el entorno familiar, haciendo que lo que Dios creó para que se viviera en comunión con Él y en comunión unos con otros, se convirtiera en un lugar de guerras y conflictos  y peor aún, separados de la compañía del Señor. Sin embargo, tenemos la oportunidad de corregir nuestros errores y cambiar de vida y de actitud. Sólo debemos echar de nuestro entorno al que provoca los problemas en nuestros hogares. Debemos cambiar. Pero no uno, sino todos.


Estuve haciendo un diplomado en Terapia Familiar y en una de las secciones, nos dijeron que si en una familia hay problemas lo primero que debemos hacer, si queremos cambiar, es preguntarnos a nosotros mismos: “¿Será por mi causa que existe este problema en mi familia?”. Esto quiere decir, que cada quien debe revisar su interior y reconocer si el fallo está en él. No echarle la culpa a nadie, ni buscar una justificación para ocultar lo que su actitud ha provocado. Existe un mal y hay que erradicarlo. Por lo que todos somos culpables, hasta que se demuestre lo contrario.


En la familia no debe existir el orgullo ni el rencor. Mucho menos la falta de perdón. La falta de comunicación, puede provocar un caos. O ¿Qué cree usted que sucedería si la calle principal que comunica a una ciudad con otra, es destruida por un fenómeno atmosférico y se haga nulo el tránsito? ¿Qué sucedería si se deterioraran todas las redes de comunicación y  no haya teléfonos ni televisión? Será horrible para las personas que vivan en esa ciudad. Si no arreglan a tiempo estas redes esenciales para la relación social, posiblemente morirían muchas personas de inanición y de múltiples enfermedades que surgirían con el pasar del tiempo.


Coloquemos a la familia como esa ciudad. Si no existiera la comunicación entre sus integrantes, si no existiera el perdón, si no existiera la felicidad, si no existiera la comprensión, entonces ¿Qué sucederá con ella? ¿Qué sucederá con sus integrantes? Si se desmorona lo esencial para que esta pequeña sociedad se mantenga en pie, sería fatal para el mundo y eso es lo que quiere lograr nuestro enemigo Satanás.


El que más interesado en que la familia se mantenga fuerte y saludable, es Dios. Él no quiere que exista en ella lo que amenace su supervivencia. Dios sabe que si existe una relación saludable en el hogar, habrá un cambio radical en el mundo y nosotros debemos hacer que esto suceda.


Nosotros los cristianos, debemos mantener una buena relación en la familia. Somos nosotros los que debemos crear un modelo, tal y como Dios quiere, para que aquellos que no le sirven nos imiten y sepan cual es la solución para el gran problema que aqueja a la humanidad en este siglo XXI.


Lo primero que Dios nos enseña en su palabra es a no permitir que los problemas existentes en la pareja, dure tanto tiempo para ser resuelto. En Efesios 4:26-27, encontramos las palabras del Señor a través del apóstol Pablo: “Airaos, pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”. Dios sabe, que la ira nadie puede detenerla. Cualquiera puede alborotarse en un momento y hablar muchas cosas que luego, cuando todo vuelve a la normalidad, nos damos cuenta que fallamos. En el extremo de los casos, muchos sienten gran ira y esa ira los impulsa a cometer actos terribles. Satanás utiliza ese sentimiento para lograr su segundo paso: hacer que se pierdan los estribos y se cometan locuras irremediables.


  Dios sabe que nos airamos en ocasiones. Pero llega después de la ira un momento de reflexión. Ese es el momento donde no debemos seguir, sino reprender al diablo. Cuando reprendemos, sentimos que la sangre vuelve a fluir naturalmente y los nervios se calman. Nos airamos, si. Pero no le dimos cabida al diablo. Pero hay algo más: no se debe esperar a que transcurran las horas sin resolver el conflicto entre parejas o entre padres e hijos. ¡Se debe resolver de inmediato!


Mientras más tiempo transcurre para resolver el problema, más difícil será el remediarlo. Si por el orgullo existente en el corazón se espera a que el otro ceda, el enemigo hará que broten raíces de amargura que, paulatinamente, irán irrumpiendo en el alma, hasta formarse en un bosque enorme, difícil de talar. En la mayoría de los casos, se sufre mucho por esta causa. El hombre espera que la mujer pida perdón, porque él es el macho de la casa y se deben respetar sus acciones. La mujer, se siente más vulnerable y frágil, por lo que no le dice nada, esperando que él se dé cuenta que cometió la falta. Y en espera de que alguien ceda, pasan los días sin resolver nada. Inmediatamente esto sucede, llega el diablo con todo el derecho (porque el orgullo no es de Dios) y, como hay una pena en el corazón, hace que cualquier cosa, por más ínfima que sea, se transforme en un enorme conflicto, que va hundiendo más y más a los afectados.


Esto también lo sufren los hijos. Todo lo que sucede en el hogar, es reflejado de alguna forma en los hijos. Si la pareja es feliz, los hijos son felices, en cambio, si los padres a cada momento pelean y vociferan palabrotas delante o lejos de ellos, lo delatarán al mundo con sus acciones.


De nosotros depende la instrucción de nuestros hijos. Instruyámoslos correctamente, con nuestro propio ejemplo, siendo padres ejemplares, amándonos mutuamente y viviendo en armonía. No hagamos que nuestros hijos se sientan faltos de amor y comprensión. Hagamos de nuestra familia, un oasis de esplendor, donde reine la paz, la bondad, el compañerismo y una buena relación con Dios. Esto puede salvar nuestra sociedad. Hagamos  que este mundo sea mejor para vivir.  Para tener cuerpo sano y mente sana, es necesario que haya familias sanas.

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